(Espacio Apícola, 18 de abril de 2021)
Natasha Geiling publicó un interesante artículo en la revista
Smithsonian, perteneciente a la afamada institución fundada en
Estados Unidos con fondos, inicialmente, del legado del británico
James Smithson, en una entrevista que realizó a
Amina Harris, Directora del Centro de Polinización y Miel de la
Universidad de California,Davis,
Estados Unidos.
La nota, publicada en agosto de 2013, comienza recordando aquella noticia que sorprendió a todo el mundo cuando, al abrir ciertas tumbas milenarias egipcias, encontraron potes con miel en perfecto estado y apta para el consumo directo como si fuera recién extractada de una colmena. Sólo unas pocas cosas más se encontraron en buen estado: sal, azúcar y arroz seco.
El principal motivo de esta longevidad se debe a que la miel es un azúcar, contiene poca agua y
Amina Harris dice, "Muy pocas bacterias o microorganismos pueden sobrevivir en un entorno como ese, simplemente mueren. Esencialmente están sofocadas". O sea, siempre que el recipiente de la miel esté debidamente cerrado, en la miel no sobreviven microorganismos capaces de arruinarla.
Otro factor que hace a la longevidad de la miel es su acidez. "Tiene un pH entre 3 y 4,5 aproximadamente, y esa acidez matará cualquier cosa que quiera crecer allí". Otra es la situación de la melaza que, aunque es tan higroscópica como la miel, su pH se situa en 5,5 y con el tiempo se echa a perder.
El siguiente parece ser el factor determinante, las abejas, que juntan el néctar en su buche, al regurguitarlo en las celdas o en la boca de otra abeja para que continúe el proceso, le incorporan sustancias secretadas por sus glándulas. Una de ellas es la enzima Glucosa oxidasa que, en presencia de humedad en la miel, produce peróxido de hidrógeno, conocido popularmente como agua oxigenada. Entonces, explica
Harris, "el peróxido de hidrógeno es lo siguiente que entra en acción contra toda otra amenaza que posiblemente podría desarrollarse".
Estos tres factores hacen que la miel sea una barrera contra la infección de las heridas. El primer uso registrado de la miel con fines medicinales proviene de las tabletas de arcilla de los
Sumerios, que usaban la miel en el 30% de sus recetas. Los egipicios trataban enfermedades de la piel y ojos con ungüentos con miel. "Mientras extrae agua de la herida, que es la forma en que podría infectarse, libera esta diminuta cantidad de peróxido de hidrógeno. La cantidad de peróxido de hidrógeno que sale de la miel es exactamente lo que necesitamos: es tan pequeña y tan diminuta que en realidad promueve la curación". La práctica perdura hasta el presente, en la última década "Derma Sciences" ha estado comercializando "MEDIHONEY", vendajes cubiertos de miel que se utilizan en hospitales de todo el mundo.
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smithsonianmag.com